La mayoría de adultos mayores gozan de buena salud y pueden
cuidar de si mismos aún a edades muy avanzadas. Sin embargo, muchos sufren de
enfermedades crónicas y/o accidentes (caídas, fracturas) que pueden causar
deterioro o discapacidad funcional y la subsecuente necesidad de cuidados
especiales. El grado de deterioro funcional, estrechamente relacionado a la
dependencia y a la pérdida de la calidad de vida, se mide en función a la menor
o mayor capacidad que tiene el adulto mayor para realizar por si mismo las
actividades básicas (AVD) o instrumentales (AIVD) de la vida diaria.
Como por ejemplo: AVD: comer solo, vestirse, bañarse, ir al
baño, o trasladarse; y AIVD: prepararse la comida, hacer las labores de la
casa, manejar el dinero, administrarse sus medicamentos, ir de compras, hablar
por teléfono o salir de casa. El riesgo y grado de deterioro funcional y por
ende el grado de dependencia pueden disminuir con el autocuidado y la
prevención de las complicaciones de las enfermedades crónicas y en el caso que
la discapacidad esté instalada, ésta puede minimizarse con el uso de ayudas y
un soporte familiar y social adecuados. El reto en el cuidado del adulto mayor
es prevenir y minimizar el deterioro funcional con el objetivo de mejorar su
calidad de vida.
Así,
los cuidados en el adulto mayor difieren si se trata de una persona
relativamente sana; de un anciano frágil o un adulto mayor frágil con
inmovilidad o postrado. El anciano frágil o vulnerable es aquel en quien a
consecuencia del acumulativo desgaste de los sistemas fisiológicos, ante
situaciones estresantes, tiene mayor riesgo de sufrir efectos adversos para la
salud: caídas, discapacidad, hospitalización, institucionalización y muerte.
Desde el punto de vista físico pueden observarse en él, en forma combinada:
pérdida de peso, fatiga, disminución de la fuerza y resistencia muscular,
disminución del equilibrio, pobre actividad física y una velocidad lenta al
caminar.
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